La autora se apoya en la frase de Josep Pla cuando dice: «El hombre, además de hijo de sus obras, es hijo del café de su tiempo». Yo creo que tenía razón. Se apoya en dicho autor para dar vida a una novela corta o a un gran relato en el que el Café, como se denominaba entonces, o cafetería, según nos llegó de la otra parte del océano y que hemos asumido con el paso de los años como si fuera algo nuestro, es el centro de esta narración, mitad realidad, mitad ficción.
El Café Comercial de Madrid cobra protagonismo.
Primero, dos mujeres jóvenes, recién licenciadas en Derecho, buscan trabajo en la capital del Reino. Se ayudan, se animan, se apoyan una en la otra, frecuentando, al mismo tiempo, dicho café, y se establece entre ellas una gran amistad, hasta conseguir su objetivo.
La escritora, claramente partidaria, asidua y conocedora de varios cafés de su ciudad, juega con el ambiente, con la vida, tal vez algo bohemia, que se respiraba en los cafés de entonces.
En segundo lugar, la protagonista, Cristina, lucha a brazo partido por alcanzar su meta y afronta distintos tipos de trabajo hasta encontrar algo próximo a su perfil y estable. Encuentra también su media naranja, Rodrigo, y juntos deciden dar sentido a sus vidas, incluso como emigrantes allá en Budapest, pero sin olvidar, en ningún momento, especialmente la protagonista, aquel recuerdo de un café, El Comercial, que los marcó para siempre.