Hay escritores que nos producen un desasosiego al constatar el desinterés público por toda una obra dedicada a las letras, toda una vida en que la fuerza de una vocación se impone a las continuas desviaciones de una existencia constreñida por las costumbres -sobre todo en el caso de las mujeres que quieren cumplir con todos los papeles que la tradición les impone-, su legado no llega casi nunca al reconocimiento que en muchas ocasiones esa obra merece; tal es el caso de Armida de la Vara.
De alguna manera se trata de justificar este desinterés porque en la visión centralizadora de la cultura mexicana pareciera que los escritores que no hacen su carrera literaria en la ciudad de México carecen de importancia. Y esto se hace más evidente cuando éstos pertenecen a la zona llamada prejuiciadamente de "los bárbaros del norte". Han tenido tales escritores, sobre todo los que se quedan en el terruño, que luchar continuamente hasta que en el presente se ha reconocido una importancia tal como la de aquéllos que hacen su carrera en el centro del país.